NO LLORES POR MÍ COTOPAXI
La brisa de la mañana permitía que el café tuviera un sabor más especial. Romelia habría deseado dormir más horas. El despertador estaba programado para despertarla a las 5 de la madrugada, pero quizás la ansiedad de un fin de semana de montañismo no le permitió dormir mas allá de las 4 am. Esta era la tercera vez que intentaría hacer cumbre del Cotopaxi. Dos veces anteriores habían sido fallidas. Una por falta de participantes en una excursión grupal y otra por mal tiempo.
No dejaba de admirar que en toda época del año, en Quito siempre amanece a las 6 am. Eso sucedería en 40 minutos. Así que podría seguir disfrutando su café mientras la aurora hacía su arribo en cualquier instante. Era un momento excelente para repasar el itinerario.
Interrumpió su lectura descriptiva del estratovolcán que la esperaba ese sábado para apagar la luz del balcón del hotel y disfrutar esa vista maravillosa del contorno del volcán Cayambe que cortaba la oscuridad de las montañas para dejar paso a esa fantástica zona rosada que disminuía su cromática apariencia para convertirse más arriba en la negra oscuridad de la noche que concluía. Que lindo estaba el gajo de luna que menguaba ya por 12 días y entraba en conjunción con Júpiter y Marte.
Conforme transcurrían los minutos, la franja rosa se extendía más y más aunque perdía su tonalidad rosada para volverse blanca azulada cuando vibró su celular. Debe ser Fidel que ya está en la recepción. – ¡Que comience la aventura! – Exclamó.
Con un movimiento de balance perfecto se colgó su mochila de 60 litros a la espalda, abandonó su habitación y descendió con prisa las escaleras de madera del hotel. Fidel ya esperaba.
Fidel era un experimentado guía de montañismo formado con los grandes. Su reputación aseguraba que todos los fines de semana llevaba a grupos a ascender las maravillosas cumbres del norte de los Andes. Ese fin de semana guiaría a Romelia a hacer la cumbre de casi 5 mil 900 metros sobre nivel del mar del Cotopaxi.
Romelia esperaba con gran ansia este ascenso. Después de haber hecho la cumbre a 5 mil 600 metros del Pico de Orizaba, deseaba con gran emoción pasar los 5 mil en Ecuador en preparación al gran sueño de subir los casi 6 mil 300 del Chimborazo el próximo año.
Durante el traslado a las faldas del Cotopaxi en direción al refugio José Rivas, poco conversaron Romelia y Fidel. Romelia iba absorta en sus pensamientos observando las montañas, y buscando con apetito voraz de aventura el Cotopaxi. Las nubes no dejaban ver al gran nevado volcánico.
Fidel comentó: - Señorita Romelia, después de esta curva habrá la oportunidad de tomar una linda foto al Cotopaxi si la neblina lo permite.
No había terminado de decir la frase volteando a la orilla del camino cuando Romelia gritó. Un auto viejo detenido en el camino obligó a Fidel a dar un volantazo sin lograr esquivarlo totalmente. Alcanzó a golpearlo en la esquina trasera izquierda, su auto giró en su eje y salió de la carretera en la zanja lateral. Tanto Fidel como Romelia se encontraban bien. Al menos eso creían.
Los dos bajaron del auto. Fidel se acerco a increpar al conductor del auto viejo y encontró vacío al destartalado vehículo causante del accidente. Molesto Fidel volvía a su auto y descuidó su paso, al dejar el pavimento y volver a la zanja pisó mal y sufrió algo que presagiaba ser una seria luxación.
Al desplomarse Fidel lanzando un amargo alarido Romelia supo que el Cotopaxi tendría que esperar de nuevo. Se acercó a auxiliar a Fidel y preguntarle a qué número telefónico podría llamar para solicitar ayuda.
Al desplomarse Fidel lanzando un amargo alarido Romelia supo que el Cotopaxi tendría que esperar de nuevo. Se acercó a auxiliar a Fidel y preguntarle a qué número telefónico podría llamar para solicitar ayuda.
Muy en su interior recordó a Tim Rice y modificando una palabra, musitó – Don’t cry for me Cotopaxi.
RMB 03.04.2020